Página del autor en Amazon

martes, 6 de febrero de 2024

Reflexiones en la playa


Conocí el golf bastante adulto y decir que me cautivó en ningún caso sería exageración. Progresé rápido, lo que alimentó mi ego. Luego mi nivel se estancó y me esforcé cada vez más, para no frustrar a ese exigente caddie interior. Tomé clases, leí libros y analicé videos. Deseaba ser un buen golfista. Practiqué mucho y hasta participé en campeonatos. Lentamente me fui consolidando en un nivel que me parecía inadecuado. Sabía que podía más. Pero no sabía como. Por empeño no me quedé. La autoexigencia hizo que me afligiera el peor de los males golfísticos: Los yips. Un movimiento muscular involuntario que me hacía fallar los putters más cortos. Con profunda decepción me retiré, para dedicarme a otras actividades deportivas.

 

 

Después de varios años, retomé el golf con una nueva actitud: Humildad. Ya no tenía grandes aspiraciones deportivas. Despedí al engreído caddie interior. El ego ya no me acompañaría en mis recorridos. Ahora que hace rato salía de las blancas, solo pretendía disfrutar una actividad saludable en contacto con la naturaleza. Recién comprendo que todo ese frustrante proceso fue una dura lección para que mi alma estuviese preparada.

 

Curiosamente, al soltar el deseo y jubilar a mi ego, apareció el Maestro. Quería enseñarme a disfrutar el golf (y la vida), a cambio de llenar esta libreta con mis aprendizajes. Acepté encantado, sin apreciar todavía lo valioso que era registrar los aprendizajes bien frescos. Allí, aun sentado en la playa, cumplí mi compromiso y anoté lo que sucedió y agregué algunos comentarios. 

 

Cambiar mi forma de pensar, fue algo que me sugirió. Después de tantos años de frustración, yo no solo estaba dispuesto. Estaba ansioso por hacerlo. Supuse que sobre eso versarían sus lecciones. 

 

Y sobre lo similar que era el golf y la vida. Ahondar en esto…, escribí entre paréntesis en la libreta.  

 

No confiar en la memoria… Creo que estamos programados para olvidar. Así como olvidamos los sueños, también olvidamos los aprendizajes. Buena idea anotar para repasar antes de seguir. Somos propensos a tropezar con la misma piedra. 

 

Y mi roca era el ego. Nunca antes “jugué” al golf. Más bien lo trabajé con pura fuerza de voluntad. Deseaba tanto progresar, que no me permitía errores. Ese no era el camino. Tuve que desapegarme del deseo para jugar, sin esfuerzo, sin expectativas. Simplemente jugar para disfrutar. 

 

Jugar es la actitud correcta. Sin tensión en el cuerpo, sin pensamientos en la mente. Jugar en el presente y aceptar el recorrido, sea lo que sea que ocurra. Esa actitud es perfecta para conocernos mejor. Eso es. Jugar golf es una aventura de autodescubrimiento. Como la vida.

 

El swing opera como los dados en un juego de tablero. Impulsa la bola al lugar desde donde seguiremos jugando y esa nueva posición es un desafío que debemos superar. Eso pretende el juego, enseñarnos a aceptar el resultado, sin resistencia. Jugar y aceptar. Jugar lo mejor que podamos y aceptar el resultado sin chistar. En el golf y en la vida.

 

Comprendí que antes no había permitido que la energía universal actuara. Mi alma, mi cuerpo y mi mente siempre habían interferido. Si entendí bien al Maestro, tendré que aprender a jugar sin consciencia, sin tensión y sin pensamientos. ¿Fue eso lo que ocurrió con el golpe perfecto? 

martes, 30 de enero de 2024

Jugar y Permitir

1ra Lección: Jugar y Permitir

El Maestro arrojó una pelota de golf en la arena húmeda. 

 

      Diviértete golpeando esta pelota usada con la madera 3 hasta que llegues a esas rocas –Apuntó a un roquerío que estaba a unos 600 metros hacia el sur–. Juégala donde y cómo la encuentres. Luego devuélvete. Te estaré esperando aquí mismo. 

      ¿Sin tee up? –, pregunté con cierta inocencia. 

      Sin tocarla. Sólo puedes golpearla con la madera tal como quede. 

      ¿Cuál es el objetivo? 

      Disfrutar la caminata –Respondió secamente–. Ah…, se me olvidaba. Por si acaso, lleva esta otra pelota como repuesto. No la pierdas. Es mi amuleto. Con ella gané un torneo en Japón. 

 

Antes de entregármela le dio un beso de despedida. Obviamente era muy preciada para él. Luego hizo un gesto conminándome a partir. Guardé su amuleto en mi bolsillo e hice un swing de práctica, esperando alguna nueva instrucción. Pero el Maestro ya se había sentado con las piernas cruzadas. La pelota estaba bien puesta. Solo tendría que golpearla en dirección a la zona húmeda. Me concentré y golpeé con soltura. La pelota avanzó unas 200 yardas y cayó justo antes de donde llegaban las olas. Volteé hacia el Maestro, esperando aprobación. Estaba meditando. Ni siquiera había visto el swing. Me encogí de hombros y fui hacia la bola. Vi como las olas llegaban cerca y decidí hacerle el quite al oleaje. La bola estaba casi hundida. El 2do golpe fue más difícil, pero salió tal como imaginé. Más bajo y alejándose del mar. Encontré la pelota a duras penas. Se había camuflado. La humedad ambiente la mojó en el vuelo y mientras rodaba se cubrió de arena. Ahora estaba en problemas. Era peligroso. Al golpearla, la arena podía saltarme a los ojos. Aunque hice un swing más lento, cerré los ojos por instinto y le pegué con la punta de la madera. Ni siquiera vi donde salió, pero mi instinto me decía que la pelota voló hacia el mar. La encontré justo antes de darme por vencido, bastante enterrada por el oleaje. Mientras pensaba cómo sacarla de allí, una ola más poderosa me obligó a arrancar para no mojarme. Y de paso se tragó la pelota. No la volví a ver más. 

 

Ni siquiera había llegado a las rocas y ya debí usar el repuesto. Coloqué esa bola con cuidado e hice un swing compacto. Golpe excelente. Cayó en la arena seca más allá del roquerío. Ahora podría volver. Para mi disgusto, encontré la pelota en una depresión. Esta vez, intenté golpearla sin tocar la arena y para mi horror, le di un coscorrón que la tiró hacia las dunas de piedras. Allí rebotó varias veces y se desvaneció. No la pude encontrar. Volví donde el Maestro con la cabeza llena de excusas y el corazón apretado de vergüenza. Seguía meditando impertérrito. Tosí para sacarlo de su trance. Abrió sus ojos lentamente y sonrió al verme pálido y compungido. Ya sabía. 

 

      ¿Disfrutaste la caminata? – me preguntó con picardía. 

      Eh…, no. Lo pasé pésimo –. Comenté descolocado mientras guardaba el palo en el bolso y continué con las excusas– Traté, hice mi mejor esfuerzo, pero la tarea era muy difícil. Entre las piedras, las dunas disparejas y la arena empapada por las olas, hay una franja muy pequeña de playa compacta donde la bola queda bien puesta. En cualquier otra parte, golpear es una lotería. Hasta perdí la pelota japonesa. Creo que no soy un buen discípulo. 

      Jajaja. El golf es un juego de niños. Es un desafío mental, donde el ego tiende a fracasar. Para disfrutar esta caminata solo hay que ponerse en contacto con la naturaleza y mantener la pelota en la arena húmeda. Y eso no es tan difícil. 

      Y eso, ¿cómo se hace?

      Lo más simple a “pata pelada” y rodando la pelota. 

 

El Maestro se sacó sus alpargatas, se incorporó, arrojó una pelota al suelo y con un hábil golpe de su bastón, la hizo rodar un largo trecho por la arena húmeda. Sonriendo irónicamente, dijo:

 

      ¡Vamos a jugar! Como si fuéramos niños de nuevo. Mantente en el aquí y ahora. Solo saca a pasear a tu pelota por la playa, con total espontaneidad; sin objetivos ni expectativas. 

 

Acepté su invitación, también me saqué los zapatos y con la misma madera 3 golpeé otra pelota como si fuese un putt muy largo. Logré dejarla un poco más allá que la suya. Con una mueca corrí hacia mi pelota. 

 

      No te apures. Relájate y absorbe energía de la naturaleza mientras sigues a tu bola. 

 

Avanzó con su bastón hacia la pelota. Caminaba erguido y despreocupado. Sin ningún esfuerzo. Gozando la experiencia de ir a buscar a su pelota. Olía el mar, planeaba con la brisa e imitaba el graznido de las gaviotas.

 

      ¡Se ríen de nosotros! –Exclamó. 

 

Apenas se detuvo para volver a golpear. Una respiración profunda y luego un resuelto bastonazo, empujó muy lejos a su pelota. Tanto que me sorprendí. Era mi turno. Hice un swing de práctica para intentar acercarme y me comentó:

 

      No estamos compitiendo. Juega como si yo no existiese. Como si nadie más existiese. Juega en paz. Con tu mente en silencio. Golpea tranquilo y relajado. Juega con soltura, estando cómodo. Hazlo fácil. Ese es el secreto. 

 

Me costó vaciar mi mente. Me costó liberarla de pensamientos y sobre todo de deseos. Me concentré en la respiración y dejé que las ideas poco a poco se desvanecieran. Solo entonces la tensión muscular –antes imperceptible– se hizo evidente. Y solo entonces mis músculos comenzaron a relajarse. Mi cuerpo se hizo más elástico y le pegué a la pelota sin pensarlo. La pelota se deslizó unos 30 metros y se frenó. 

 

      Muy bien. Cuando liberas a tu mente de exigencias, se sueltan las cadenas musculares que rigidizan tu cuerpo. Hiciste un movimiento más fluido. ¿Fácil no?

      Fue difícil vaciar la mente. Y más difícil relajar el cuerpo…

      No caigas en la trampa de la dificultad. Lo que te parece difícil atrae al ego y el ego usa al esfuerzo como estrategia principal. Haz aquello que te parezca fácil. Eso que haces sin esfuerzo. 

 

Caminamos hasta mi pelota y cuando me detuve el Maestro agregó:

 

      Tampoco caigas en la trampa del deseo, que te lleva al futuro. Ni en la trampa de la frustración que te mantiene en el pasado. Mantente en el presente. 

 

Seguí sus instrucciones e hice un golpe que me pareció sencillo. La bola corrió sobre la arena con total libertad. Me sentí feliz pero no exterioricé mis emociones. O eso creí. 

 

      Gracias. La felicidad es una vibración contagiosa –Comentó al llegar a su bola y justo antes de golpear agregó–. Acepta el recorrido que te proponga el juego. Cualquiera que sea. No juzgues. Lo que suceda es perfecto para ti. 

 

Acto seguido dio un tremendo bastonazo y su bola salió disparada al sector de las dunas de piedra donde antes perdí el amuleto. «Qué lástima. Otra pelota perdida», pensé por dentro. El se mantuvo impertérrito, aunque estoy convencido de que nuevamente leyó mis pensamientos. 

 

Por deferencia lo acompañé a buscar su pelota, aunque él parecía saber exactamente donde estaba. Cuando llegamos, su pelota estaba injugable entre cochayuyos, piedras y arena suelta. La recogió y se puso a escudriñar el sector. Con estupor vi como dando apenas un paso, recogió su querido amuleto japonés. 

 

      Nunca pierdas de vista la pelota –. Comentó sonriendo después de besarla y guardarla en su bolsillo–. Ahora vamos a buscar la tuya. 

      ¿Cómo es posible? –. Pregunté atónito, caminando hacia mi pelota. 

      Es que deseaba recuperarla. 

      Pero los deseos no se hacen realidad por azar –, protesté.

      En efecto, hay que permitir que se hagan realidad. Ahora volvamos. 

 

Debo haber estado algo perturbado porque cuando llegamos a mi pelota y antes de volver, me aconsejó sentarme. Él siguió de pie.

 

      Aunque nos adelantemos un poco, te explicaré: Me hubiese gustado saber esto cuando jugaba golf competitivo. Pero no tenía la sabiduría necesaria. Verás, el Universo es una energía amorosa que está dispuesta a darte lo que tú deseas de corazón, siempre que se lo permitas. Ni tú, ni tu cuerpo ni tu mente deben interferir. 

Suelta tu deseo en la energía cósmica y olvídalo. Confía en el Universo y permítele que lo haga realidad. No ayudes, no intentes, no dudes ni luches. Dale libertad total al Universo para producir lo que quieres. Cuando, donde y cómo sea mejor para ti. 

      Deseo mejorar mi golf –declaré enfáticamente–. ¿Y dices que ahora debo olvidarme de eso?

      ¿Para qué?

      Para disfrutarlo. 

      Mucho mejoran y lo siguen pasando mal.

      Entonces, quiero disfrutar mi golf. 

      ¿Para qué?

      Para ser feliz. 

      Supongo entonces que anhelas ser feliz jugando buen golf.

      Así es. 

      Creo que el Universo quiere concederte ese deseo. ¿Porqué crees que estoy acá?

      Para que tus nietos reciban ciertas enseñanzas… 

      Efectivamente. Deseo que ellos disfruten sus vidas ­–. Se sentó y me miró como dándome tiempo para comprender. 

      ¿Piensas que nuestros deseos están conectados? –, pregunté al rato.

      ¡Claro! El Universo los relacionó. Por eso llegamos al acuerdo. Démosle permiso para que los haga realidad. Regresemos. 

 

Se incorporó entusiasmado y me pidió que golpeara mi pelota haciendo un swing de golf completo. Olvidándome de lo que estábamos haciendo. Sin esfuerzo, pero con velocidad, soltura, elegancia y libertad. Me dispuse a hacerlo, respirando profundo, vaciando mi mente y relajando mi cuerpo. No ensayé. Simplemente basculé la madera 3 como si fuese un látigo. La bola salió despedida como un disparo. Casi no la sentí, pero quedé perfectamente equilibrado sobre mi talón izquierdo y vi como el vuelo penetrante pasaba silbando sobre mi bolso, elevándose abruptamente para luego caer suavemente en la estela de una ola. Esta vez logré espantar a la bandada de gaviotas que antes se reía. ¡Un golpe perfecto! 

 

      ¡Eso es! –. No pude contenerme y agité mi puño como si hubiese ganado el Abierto Británico. Pocas veces se logra una sensación tan exquisita. 

      Bien hecho. Creo que no habrá más lecciones hoy. Pero mañana se te habrá olvidado la sensación de ese swing. Recuerda anotar en la libreta lo que aprendiste. La memoria es frágil –. Comentó mientras volvíamos.

      Jugar y Permitir. El golf es un juego que se disfruta si permites que el Universo te conceda tus deseos. 

      La vida también –. Comentó el Maestro y después de dar un par de pasos, se detuvo para agregar– Ese es un buen resumen que por cierto no reemplaza la experiencia vivida. Tus anotaciones deben incluir detalles, sensaciones y emociones. No seas mezquino con las palabras. 

      Intentaré describirlo tan vívidamente como pueda.

      No trates. Hazlo…, solo hazlo.

      ¡Ups! –dije, tapándome la boca al reconocer que parte de la lección ya se me había olvidado.

 

Cuando llegamos al bolso, saqué la libreta, busqué un lápiz y me senté a escribir. El Maestro se despidió, tocándome los hombros con la punta de su bastón como si estuviese ordenándome caballero. Luego se volvió y mientras se alejaba dijo con voz fuerte y clara:

 

      Estás listo para entrar a una cancha de golf. Nos vemos mañana al amanecer en el hoyo 1 de las Rocas de Santo Domingo.     

domingo, 28 de enero de 2024

El acuerdo

Aun no amanecía. Esa madrugada en la larga playa de Santo Domingo no había nadie. Ni siquiera los pescadores. La oscuridad anunciaba su pronta retirada con un entusiasta concierto de aves marinas. A pesar de que era verano, el frío y la humedad calaban los huesos. «Afortunadamente estoy solo», pensé ya que me sentía fuera de lugar. Sentado en un tronco harto navegado, junto a mi bolso de golf, esperaba al Maestro embargado por una mezcla de emociones donde predominaba la curiosidad.

 

«¿Por qué me habrá citado aquí?» ponderé mientras asimilaba la poderosa energía del parto cotidiano. «Nace otro día, otra oportunidad de aprendizaje, un nuevo comienzo…». Las olas del mar arrullaron mi mente con su ritmo cansino y hurgué en mi memoria mientras tanto.

 

Lo conocí cuando ya era un renombrado jugador de golf profesional. De origen humilde, como la mayoría de sus colegas en ese entonces, lo distinguía su pasión por la lectura y la filosofía. Se consideraba un ratón de biblioteca condenado a jugar golf para subsistir. De vez en cuando nos juntábamos a filosofar sobre la vida. A “vacunar lombrices y afeitar calaveras”, como solía describir nuestras conversaciones. No alcanzamos a consolidar nuestra amistad. Sus éxitos lo llevaron al Tour Asiático donde lamentablemente tuvo un accidente en moto que truncó su carrera. Una de sus piernas quedó tan dañada que debió retirarse del golf competitivo. 

 

Entonces simplemente desapareció. No regresó a Chile por mucho tiempo. Nadie supo que hizo durante esos largos años en el Oriente. Se rumoreaba que se había recluido en un monasterio taoísta, que se había enamorado y hasta que estuvo en prisión. Su estadía en Asia era un enigma que él tampoco ha querido revelar. Pero volvió transformado. Representaba más edad. No solo por las canas. Ni porque caminaba ayudado por un curioso bastón. Ahora, usaba una frondosa barba y recogía su cabello con una pequeña cola de caballo. Tenía pinta de hippie con clase. Su cambio era más evidente en la profundidad de su mirada y en su templada presencia. Allí se traslucía una extravagante sabiduría. Irradiaba paz y provocaba una fascinación difícil de explicar. Vivía con sencillez dando clases. A veces acompañaba a sus discípulos al campo de golf donde solía reflexionar acerca de la vida. Se había convertido en una especie de gurú. Tanto así, que lo llamaban: el Maestro. 


Una figura rengueante se aproximó por la arena recién mojada, haciéndole el quite a la espuma del mar. Puntualmente, cuando los primeros rayos de sol luchaban por traspasar la densa vaguada costera, el Maestro vino a mi encuentro. Sin apuro. Parecía traer la luz. Al amanecer nos encontramos después de 25 años. Me examinó con ojos penetrantes, clavó su bastón en la arena y me dio un abrazo perezoso, como si estuviese dándole tiempo a nuestros recuerdos para reencontrarse. El contacto físico fue mágico. Intercambiamos energía sin palabras y de inmediato recobramos esa incipiente amistad que dejamos pendiente. 

 

      Estamos más viejos…– Balbuceé impresionado por su transformación.

      Y más sabios –. Agregó sonriendo.

 

No había mucho que añadir. Si el tiempo había dejado sus huellas en nuestros cuerpos, nuestras mentes se habían enriquecido. En la mía seguían revoloteando algunas preguntas, que el Maestro procedió a contestar como si leyera mis pensamientos. 

 

      Gracias por venir. Supe que sigues intentado mejorar tu golf… y si me lo permites quiero ayudarte –. Comentó mientras recogía su bastón. 

      Gracias a ti. Ahora que eres una leyenda urbana, me honra que te des tiempo para ayudar a un veterano golfista, lleno de mañas a corregir.

      Mejorarás si cambias tu forma de pensar. El golf es un desafío mental. Igual que la vida. 

      ¿Y a qué debo el privilegio de ser escogido como alumno? 

      Aclaremos algo. No vengo a enseñarte golf. Quiero enseñarte a disfrutarlo – sonrió y luego murmuró en voz casi imperceptible–…, y de paso a mejorar tu vida.  

      ¿No es un poco tarde para eso? Ya estamos viejos…

      Nunca es tarde para saldar tu karma–. Hizo una pausa mirando al horizonte como si estuviese inquieto por algo. Sacudió su cabeza para volver al presente y agregó–. Eso me recuerda que hay algo que debo pedirte a cambio. No te pongas nervioso, simplemente quiero que registres todo lo que aprendas conmigo y cuando terminemos, me lo entregues convertido en un relato que pueda darles a mis nietos. 

 

Sacó una pequeña libreta del bolsillo interior de su parca y me la entregó, sugiriendo que la tuviese siempre en el bolso para anotar mis aprendizajes mientras estén frescos. 

            

      No confíes en tu memoria. Los humanos olvidamos con facilidad –. Insistió.

      Seré tu discípulo, escritor y personaje del “regalo del tata” entonces–, rezongué sonriendo mientras guardaba la libreta. 

      Así es. ¿Tenemos un trato?

      Hecho –. Le confirmé extendiendo la mano y en lugar de estrechármela, me entregó la madera 3 que había sacado de mi bolso. 

      Comencemos entonces. 

Así es como llegue al acuerdo con el Maestro. Es lo que anoté ese mismo día. Así me convertí en su discípulo y comenzó mi desafío de cambiar mi forma de pensar para disfrutar el golf. O como diría él, de aprender a vivir en función de las enseñanzas que transmite el golf. Así es como adquirí la responsabilidad de relatar esta aventura pedagógica, sin sospechar sus misteriosas repercusiones ni las verdaderas razones que motivaron esta extraña petición. 


Aclaro que esta es una historia basada en la realidad. Por respeto a los personajes, no usaremos sus verdaderos nombre y mantendremos reservada su identidad. Además reconozco que las imágenes son apenas ilustrativas y que algunos detalles del relato se han modificado para evitar que sean reconocidos. Sin embargo confío que las siguientes publicaciones puedan transmitir fielmente la sabiduría que este misterioso filósofo heredó a sus nietos.