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martes, 3 de abril de 2012

Camila y yo


Habitualmente salgo a trotar con un viejo amigo y mientras aplanamos las calles, conversamos, compartiendo recuerdos, ilusiones, chistes y posturas sobre temas de actualidad. Comentamos también acerca de nuestros proyectos y cuando le conté mi intención de trabajar en educación para impulsar una transformación sistémica, se quedó mudo...Animado por su silencio, le confié algunas de las ideas básicas que quería implementar y solo logré que acelerara el paso, como si quisiera dejar de escuchar mis palabras. Entendí el mensaje y cerré la boca. Avanzamos un par de cuadras sin decirnos nada, hasta que, sin poder contenerse, me espetó: ¡Esa es una quijotada! Una demostración adicional de cómo te ha afectado ¡la crisis de los 50!
Me reí porque sabía que él tenía razón. Pero no dije nada y mientras pensaba en la edad de don Alonso Quijano, mi viejo amigo seguía retándome: Te compraste una moto, te pusiste a correr maratones...y ahora ¡quieres declararle la guerra a los molinos de viento! Se te soltó un tornillo-continuó-y a pesar de eso, seguiré corriendo a tu lado para aterrizar tus locuras, seré tu escudero. Ahora, lo único que te falta es encontrar ¡una Dulcinea!
Cuando nos despedimos, tenía clara mi misión, debía encontrar una dama en quien inspirarme para luchar por una causa superior a mí. Ella sería mi musa, mi motivación.
Pasaron los días y cada vez se me hacía más evidente que mi Dulcinea estaba muy cerca. La generación de jóvenes que está ingresando a la educación superior era inocente, idealista y muy crítica. Algunos la conocen como generación Y, o generación WHY (¿por qué?), pero yo la veo como la generación de mis hijos. También ellos quieren mejorar la educación y cuestionan al sistema.
Decidí entonces que ¡esa generación sería mi inspiración!
Como se me hacía difícil visualizarla, necesitaba imaginar una representante de esa generación, que mostrara todos los atributos de aquella juventud, pero en especial, la belleza (como corresponde a una musa), la inteligencia (para que comprenda el sentido de la aventura), el idealismo (para que la causa fuese noble) y la actitud crítica (para que aprecie los triunfos en contra del sistema). Y además, le puse nombre: Camila.

Camila y yo somos diferentes. Muy diferentes. Mucho podrían pensar que somos diametralmente opuestos. Pero como dicen que los opuestos se atraen, es muy posible que Camila y yo podamos compartir un mundo nuevo.
Por eso y por mi irremediable optimismo, debo hacerle a Camila una proposición.
Ambos tenemos anteojeras. Son distintas anteojeras porque están tejidas por nuestras vidas. Y obviamente, fueron construidas en distintas épocas. Nuestras experiencias, nuestras creencias y convicciones afectan nuestras miradas. Vemos el mundo desde diferentes perspectivas. Porque siempre vemos aquello que queremos ver. Esas anteojeras, que dirigen nuestra atención hacia el presente, no apuntan a la realidad. Mas bien apuntan hacia un reforzamiento de nuestros puntos de vista. Mientras más miramos, mas confirmamos nuestros deseos. Esas mismas anteojeras, distorsionan nuestros recuerdos y afectan nuestros comportamientos. Y nos hacen mirar las cosas desde puntos de vista en apariencia opuestos.
Ninguno de nosotros está consciente de las anteojeras que usamos. La mayoría de nuestros amigos usan las mismas anteojeras que usamos nosotros y corroboran nuestras percepciones. Pensamos que lo que vemos es la realidad objetiva. Pero no lo es. Lo que vemos es una construcción que hacemos de la realidad, en base a nuestros valores, creencias y vivencias. Esta falacia, la sensación de que nosotros vemos la realidad y los otros están equivocados, es el principal obstáculo para construir una sociedad empática.
Pero como siempre ocurre, un gran obstáculo es también una gran oportunidad. Y es que justamente nuestras diferencias pueden ayudarnos a construir ese nuevo mundo, que ambos deseamos. Camila y yo tenemos la oportunidad de crecer si establecemos una relación de respeto, de aprecio y de mutua admiración. Una parte de esa ecuación está conseguida. Yo la respeto por sus profundas convicciones y capacidad de liderazgo; la aprecio porque está cuestionando la forma en que entendemos a la educación, remeciendo los mismos cimientos de una institución que hemos construido los mayores y que necesitaba un terremoto de proporciones para salir de una autocomplacencia insoportable; y la admiro porque representa fielmente  a la juventud, renovada, idealista, y deseosa de hacer mejor las cosas.
Esperemos que esta proposición logre que ella también respete, aprecie y admire a este representante de una generación que ha hecho algunas cosas bien y otras no tanto. Siempre hay algo que respetar, apreciar y admirar en toda generación y en todo ser humano.
Esta es una invitación a Camila y a la juventud que representa a ayudarnos a eliminar las anteojeras de la educación. Las mías y las de ella. Una invitación a construir una civilización empática, abriendo nuestras mentes y ampliando nuestra perspectiva. Sin ella, sin esa postura crítica, tal vez seguiríamos pensando que estamos haciéndolo bien. No quiero debatir con ella, ese es justamente el problema que tenemos. Cada uno defiende sus puntos de vista, sin aceptar la posibilidad del sesgo de las anteojeras. Quiero dialogar con ella. Quiero que aprovechemos nuestras diferencias para generar un dialogo constructivo. Quiero entenderla para proponerle otras posibilidades de manera que utilicemos nuestras diferencias para aprender uno del otro.
El desafío es ir mucho mas allá que la simple tolerancia. No pretendo que simplemente aceptemos que somos diferentes. Esta actitud es pasiva. Debemos aprovechar con entusiasmo, el encuentro con seres de otros mundos. No tenerles miedo ni mantener distancias. Se trata de abrazar nuestras diferencias como ventanas de crecimiento personal. Si generamos una cultura de alegría por encontrarnos frente a una diversidad que es fuente de crecimiento, entonces tendríamos una sociedad más sana y más justa. Esta es una proposición para trabajar juntos de modo que la generación de mis nietos, y tus hijos, sea una generación feliz.
Tal vez si conseguimos transformar la educación, para que nos prepare para agradecer y apreciar la diversidad de un mundo verdaderamente global, donde el progreso, la ciencia y la tecnología, estén al servicio del ser humano, entonces, Camila y yo podríamos recorrer el nuevo mundo de la mano, contentos de haber luchado por una causa verdaderamente noble.
¡Camila, tu y yo, aun tenemos esperanza!