Página del autor en Amazon

lunes, 22 de agosto de 2016

La derrota olímpica y el asesinato de talentos

Terminan los juegos olímpicos de Río 2016 dejándonos un sabor que los chilenos conocemos bien. La maravilla de ver eximios deportistas que han alcanzado desempeños sobrehumanos, contrasta con la frustración de reconocer que los nuestros solo pueden aspirar a terminar sus pruebas decorosamente. El fracaso de nuestros ídolos deportivos–mayoritariamente amateurs– frente a la enorme superioridad del deportista de elite y 100% profesional, es una sensación casi histórica. Somos un país con una cultura deportiva raquítica. Nuestros mejores representantes deben radicarse en otros países si quieren competir al más alto nivel. Ellos saben que quedarse aquí y hacer su entrenamiento en Chile para competir localmente, es condenarse a la mediocridad. 
Chile, nos guste a no, no es tierra fértil para el deportista. Aquí no se cultiva el cuerpo ni la actividad física. Somos un país que prioriza el desarrollo intelectual por sobre el desarrollo físico o artístico. Nuestro sistema educacional no está diseñado para el deportista. Tampoco para el artista. Desde que nuestros jóvenes entran al colegio, comienza el asesinato de talentos. 
Así de duro fue Hector Noguera, premio nacional de artes, en un conversatorio sobre educación de calidad. Para ilustrar el punto, lo cito textualmente:

"Hace algunos años me encontraba en el aeropuerto Heathrow en Londres cuando repentinamente se me acercó un chileno de contextura atlética que no superaba los diecisiete años. Me preguntó si yo era el actor que tantas veces había visto en televisión. Le respondí afirmativamente. Luego quiso saber qué era lo que yo estaba haciendo ahí. Le expliqué que venía de un congreso de teatro en Alemania, y a renglón seguido le pregunté yo sobre qué era lo que a él lo traía a Londres. Me respondió que había participado en un campeonato de artes marciales, y con un silencio capcioso me invitó a preguntarle cómo le fue. Lo hice, y su respuesta fue catártica: “¡Gané, soy campeón del mundo!”. Lo felicité, claro. “¿O sea que estoy sentado al lado de un campeón del mundo?”. El chico comenzó a relatarme su hazaña con el entusiasmo que sólo surge en alguien que hace lo que ama, es decir aquel que se entrega en cuerpo y alma a una actividad u oficio desde lo que llamamos pasión, para practicarlo con ese nivel de perseverancia donde el tiempo se torna relativo, insignificante. No me atreví a interrumpirlo. “Le gané hasta a los chinos, que son los mejores en esta disciplina. Lo único que quiero es llegar a Chile, ya que todos me estarán esperando”.
Todos. Retuve esa palabra hasta que subimos al avión y me dormí. Me despertó el llanto de un lactante al momento del aterrizaje. Al salir de Policía Internacional el chico iba caminando adelante, lo que me permitió ser testigo de cómo un puñado de personas lo vitoreaban, lo zamarreaban y lo elevaban. No estaba la prensa, ni menos los centenares que acostumbran a esperar a los titanes de los deportes populares. Todos fue una palabra grande y significativa. Honesta, inocente, contenía el universo del campeón mundial, donde sólo cabían sus afectos: sus familiares, amigos y compañeros. No faltaba nada ni nadie, por supuesto. Ahora me pregunto: ¿Qué será de ese campeón mundial? ¿Estará haciendo lo que ama, o estará en un oficio que nada tiene que ver? ¿Qué será de ese club que lo formó? ¿Seguirá existiendo o habrá muerto por falta de recursos? ¿Qué habrá pasado con sus sueños? La verdad es que no lo sé. Tal vez, como un caso excepcional, ese niño logró desarrollarse, pero lo más probable (como sucede tan a menudo en nuestro país) es que no. Seguramente le dijeron: “Ahora déjate de leseras, tienes que sentar cabeza, así que vas a comenzar a estudiar y elige una carrera que te permita ganar buena plata, o bien comienza a trabajar nomás...”. Y el niño, junto con sentir la frustración de su sueño, debe haberse dicho a sí mismo: “Chao con esto”.
Lo anterior sucede en las ciencias, el deporte, las artes, en todas las disciplinas y también en las escuelas. Y ocurre a diario, mientras la vida pasa por delante de todos. No obstante, de vez en cuando es la vida misma la que se encarga de ponernos esta foto enfrente. ¿Cuánto talento estamos tirando a la basura? ¿Cuántos “asesinatos” se ejecutan día a día con este sistema? ¿Cuándo entenderemos que el talento humano es el principal capital que tiene un país?

Para terminar el genocidio de los sueños y pasiones de nuestra juventud, tenemos que repensar la educación, buscando espacios relevantes para el desarrollo de los talentos individuales y evitando uniformar el desarrollo del joven con caminos requete-transitados.  Nuestros actuales políticos no han estado a la altura de sus responsabilidades. Así como aceptan la poda indiscriminada de árboles, también son cómplices en la mutilación de los talentos de nuestros jóvenes. Habiendo tenido la oportunidad para rediseñar íntegramente nuestro sistema educativo, han preferido concentrarse exclusivamente en aspectos económicos, obviando las atrocidades que una educación obsoleta e industrial puede generar en la cultura de su país. Si hoy son mal evaluados, el futuro los castigará con mayor severidad. 
Cada estudiante es un ser único y original. Una educación de calidad debe descubrir y potenciar los talentos individuales para desarrollarlos en su máxima expresión. Solo así lograremos fomentar una cultura equilibrada para las futuras generaciones. Solo así dejaremos de ser mediocres. Solo así encantaremos a nuestros jóvenes. Solo así sanaremos a nuestra sociedad.
Terminaré esta catarsis repitiendo esa pregunta del propio Noguera, que debieran responder nuestras autoridades: ¿Cuando entenderemos que el talento humano es el principal capital que tiene un país?

No hay comentarios:

Publicar un comentario