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lunes, 30 de enero de 2017

La fiebre que nos está quemando

Según un reciente comentario en El Mercurio, del Dr. Alejandro Goic, de la Academia Chilena de Medicina, nuestra sociedad chilena está enferma. Nuestros vínculos sociales se están desintegrando. Y para diagnosticar y tratar correctamente la enfermedad social, hay que observar tanto los indicadores de salud física como los de salud psicológica.
Menciona entre los síntomas: la aparición de liderazgos destructivos, enfermedades psicosomáticas, delincuencia juvenil, violencia, desempleo, nacionalismo, disminución de la natalidad y escapismo; todos presentes en el Chile de hoy.
Estamos sufriendo demasiado. En lo físico, los incendios parecen ser una fiebre abrasadora. Una fiebre que nos quema por dentro. La solidaridad espontánea de la ciudadanía y la encomiable labor de bomberos y voluntarios, parecen ser reacciones de nuestro sistema de defensa para mantener el equilibrio. Pero esa defensa no parece ser suficiente. Necesitamos ayuda externa. Bienvenidos los voluntarios y recursos de otros países. Bienvenido el tratamiento de urgencia, porque aunque nuestras autoridades no lo quieran ver, nuestra salud social está muy deteriorada.
Las chispas se han convertido en llamas. ¡Y todos somos culpables!
Cuando el calentamiento global es resistido a pesar de las evidencias y seguimos comportándonos de la misma manera, somos responsables de lo que está sucediendo...
Cuando el comportamiento poco ético de algunos empresarios se hace habitual, cuando la ambición es excesiva, cuando el dinero siempre es lo más importante, estamos en presencia de una elite económica que cuida sus intereses por sobre los del país. Entonces, aparecen las colusiones y las estafas. Y nosotros seguimos consumiendo sus productos...
Cuando los políticos pretenden perpetuarse eternamente y aumentan sus ingresos sin pudor alguno y además, aceptan financiamiento irregular para sus campañas y asignan cargos según ideologías, estamos en presencia de un poder político irresponsable. Entonces aparece la corrupción y peligra la democracia. Y nosotros seguimos eligiéndolos...
Cuando el poder judicial se levanta la venda de los ojos, acepta presiones políticas y pretende compensar a los más débiles, justificando comportamientos abiertamente antisociales y peor aun, falla con sesgos ideológicos, entonces ellos mismos hacen tambalear al estado de derecho. Y nosotros aceptamos una justicia tuerta...
Cuando el gobierno es tolerante ante la violencia y ante el uso del fuego como arma para defender derechos sociales, sin calificarlos como actos de terror, entonces abre la posibilidad de que la frustración creciente del chileno, se permita protestar con incendios. Y nosotros aceptamos la dictadura de los más violentos...
Cuando las instituciones dejan de servir los intereses comunes y aprenden a discriminar entre chilenos aparentemente iguales, y peor aun, están dirigidas por personajes teñidos de ideologías, entonces no funcionan bien y entran en crisis apenas son exigidas al máximo. Y nosotros aceptamos la burocracia y la ineficiencia...
Y es que cuando se suman los efectos de todos estos comportamientos poco saludables, entonces la frustración de los ciudadanos molestos se transforma en una revolución que no perdona ni a los suyos, ni a sus tierras. En nuestro país, ahora hay demasiados indignados dispuestos a inmolarse antes de seguir aceptando la irresponsabilidad de sus autoridades. Y son peligrosos. No los justifico, ni tampoco los comprendo. Pero es evidente que están enfermos. Y pueden transformarse en una gran amenaza para la paz social del país.

Estamos en presencia de un verdadero cáncer social. Los que prenden fuego, son células cancerígenas que reaccionan ante la decadencia una sociedad injusta,  se creen impotentes ante los que ostentan el poder fáctico y prefieren suicidarse, hundiendo al país, antes que tolerar la ceguera que afecta a nuestra elite y que justifica comportamientos reñidos con la integridad.
La evidente intencionalidad de los incendios no es racional. Es emocional. Por eso, los ciudadanos sanos y solidarios que se horrorizan ante los gigantescos daños no pudieron diagnosticar la enfermedad a tiempo.
Por eso, la mayoría de los chilenos no comprende estos actos, tan reñidos con nuestra proverbial solidaridad. Por eso,  los incendios nos tomaron por sorpresa. No tomamos conciencia de la enorme frustración social acumulada durante años. Y que pudimos prever a tiempo, si hubiésemos prestado atención a los síntomas.
Es más fácil apagar chispas, que llamas; y apagar llamas que incendios. Pero reconozcamos -todos- que cuando vimos chispas, nadie quiso ponerle el cascabel al gato. Los incendios que sufre Chile son síntomas de una enfermedad social que debemos atender y curar con urgencia. El tratamiento es de largo plazo y comienza por recuperar la formación valórica en la educación y exigir integridad a toda prueba a cualquier autoridad que tenga responsabilidad y poder. En especial, a los próximos candidatos a la presidencia de una nación convaleciente.  



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