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jueves, 29 de junio de 2017

Coincidencias

Escribo de coincidencias, hoy, un día 29 de junio, fecha del cumpleaños de mi padre, del cumpleaños de mi suegra y también de mi nuera; Escribo de coincidencias, porque yo nací un 28 de noviembre, igual que mi abuelo, mi madre y mi hermana. Porque mi familia está plagada de casualidades, que yo prefiero llamar causalidades. Debe haber alguna conexión entre todos estos eventos y estoy decidido a descubrirla.
Carl Jung sostenía que las coincidencias improbables no eran producto del azar sino que eran señales de una realidad unificada subyacente. Estoy de acuerdo con él. Jung las llamó sincronicidades y pensaba que eran posibles porque tanto el observador como el evento observado brotan de una misma fuente. Entre ambos sucesos hay una conexión invisible porque en otra dimensión todos los eventos y todos los sujetos que perciben un evento no son más que la misma cosa. El observador se hace consciente de si mismo.
No es extraño que yo esté conectado a mi madre. Eso me parece casi evidente. Estamos unidos por un cordón umbilical invisible pero poderoso de intenso de incondicional amor. ¿Pero mi abuelo? 
No lo conocí. Murió justo antes de que yo naciera. Pero llevo su nombre y también me convertí en ingeniero, como él. A ambos nos gustaban los números y los convertimos en nuestros amigos. Ahora sé que el 28 es un número perfecto, porque la suma de sus factores es el mismo número. Y sé que todo lo que sucede también es perfecto.
Jung intuía que el Universo era obra de un ingeniero. Pensaba que el misterio de la sincronicidad tenía un origen numérico. Y aquel conocido fenómeno 11:11, que nos advierte el preciso instante en que se abre un portal de comunicación interdimensional, parece darle la razón. 

Yo no creo en las coincidencias, debo aclarar. 
Concuerdo con el Kybalion, un texto gnóstico dice: "Azar no es más que el nombre que se da a una ley desconocida; hay muchos planos de causación". Pero confieso que bauticé a mi perro, Azar, porque quiero que tenga suerte. Buena suerte. En mi interior, yo creo que la suerte es una forma de poder que favorece a aquellos que están alineados con los deseos de aquel Gran Programador.
El reconocido científico David Bohm en su libro: La Totalidad y el Orden Implicado, postula la existencia de un Universo de energía infinita que explica la manifestación del mundo material que percibimos, como producto de una razón implícita, mucho más profunda. Algo que un religioso llamaría la voluntad de Dios. 
William James, otro gran pensador, decía que somos islas desconectadas, solo en la superficie, conectadas por el fondo del océano.
Toda esta introducción para permitirme proponer que las coincidencias tienen un significado oculto. Son mensajes que debemos descifrar. 

La tarde en que Carl Jung murió, una gran tormenta eléctrica estalló sobre su casa y justo en el instante de su muerte, un relámpago destrozó su árbol favorito en el jardín. Nada podría ser más simbólico. Nada...
Algunos años después, otro rayo cayó en ese mismo jardín. Curiosamente, ocurrió no solo cuando se estaba filmando una película sobre el famoso psicólogo, sino en el momento exacto en que se estaba relatando la coincidencia de la muerte del psicólogo con la caída del rayo y la destrucción del árbol. 
Una coincidencia es un rayo que aclara la oscuridad en que vivimos o un relámpago que nos advierte sobre la existencia de una realidad profundamente interconectada. 

La física moderna habla del entrelazamiento cuántico entre partículas elementales,  una conexión aparentemente inexplicable e invisible entre entidades separadas, que probablemente sea extensible a la realidad macro. 
Las religiones ancestrales, suponían la existencia de una memoria donde se guardaban todas las experiencias y conocimientos adquiridos por los seres humanos. Una memoria que denominaban Campos Akáshicos y que conectaba todos los eventos. 
Las sincronicidades son anomalías superficiales que están conectadas en el fondo. Todos estamos viviendo una y solo una experiencia: el Universo observándose a si mismo. La vivimos como si fuese nuestra experiencia, solo porque es vista con nuestros ojos. Son solo diferentes perspectivas de lo mismo.
Las coincidencias nos advierten acerca de un mensaje que Dios quiere transmitirnos. Pretenden liberarnos de creencias falsas y ayudarnos a despertar. Son ayuda divina para vivir mejor.


Dios es un poeta elegante y misterioso,
que rima sus versos con coincidencias...
Para que apreciemos su panorama grandioso,
desenmascarando las sutiles providencias.


jueves, 22 de junio de 2017

Como nació la educación espiritual


La educación tradicional es económica y por tanto, racional. Está basada en la producción de valor físico. Tiene por lo tanto, premisas esencialmente materialistas. Es y fue muy necesaria para el ser humano que necesitaba aprender a ganarse la vida en forma autónoma. Pretendía que el estudiante adquiriera competencias concretas para desarrollar una actividad productiva y lo hacía competir para progresar. Pero es una educación que tiene problemas porque el mundo no es exclusivamente material. Paulatinamente nos dimos cuenta que hay consecuencias negativas e imprevistas, cuando se educa exclusivamente para el progreso individual. Nuestro medio ambiente sufre, el ser humano se estresa y las reglas de convivencia se rompen. 

Afortunadamente, nació un nuevo tipo de educación:

La educación ecológica: Una educación basada en la biología y la ecología, que reconoce la propuesta tradicional y agrega una visión ecológica y emocional. Es una educación más responsable. Reconoce la profunda interconectividad en que vivimos. Está basada en la fuerza de la diversidad y del trabajo en equipo. Es colaborativa, respetuosa del medio ambiente y eminentemente social. Persigue que el estudiante logre autonomía, aprendiendo a relacionarse con los demás, a respetar la vida en cualquiera de sus formas y a construir comunidades. 
Pero reconozcamos que también es una educación que presenta problemas, porque el universo tampoco es exclusivamente material y relacional. Existen fuerzas invisibles que este tipo de mirada no considera: energías que son relevantes para nuestro bienestar. La cabeza y el corazón no bastan.
Por eso, hubo que inventar otra forma de educar...


Apareció entonces la educación energética: Una educación basada en la física, que plantea que vivimos en un universo energético. Que también reconoce los aportes de las educaciones tradicional y ecológica, pero que agrega una nueva dimensión. Considera a lo material como un tipo de energía y se preocupa mucho más de las energías sutiles que influyen en nuestra realidad: las emociones, los pensamientos, los sentimientos, los deseos y las mal llamadas habilidades blandas. Propone ver a las ideas como un tipo de energía también y en ese sentido, es una mirada que persigue que el estudiante produzca valor energético y aumente su bienestar. Una educación que nos convierte en creadores y emprendedores, que desarrolla nuestros talentos y amplía nuestra conciencia.  
Esta nueva educación acertadamente, potenció la imaginación, pero aun así, no logró resolver los problemas existenciales del ser humano. 

Fue así como nació la educación espiritual: Una educación basada en la física cuántica y en las religiones orientales. Es una educación que construye una mirada validando las educaciones anteriores pero que se empeña en que descubramos nuestra verdadera identidad y en darle un sentido profundo a nuestras vidas. Sostiene que estamos atrapados en una ilusión onírica y pretende despertarnos. Una educación orientada a la realización plena. Una mirada que nos hace descubrir una nueva forma de entender la realidad. Nos convierte en observadores de nuestra propia conciencia y finalmente nos ilumina. 
Esta educación espiritual nos está transformando en seres con cuerpo, mente y espíritu. Sin distinguir entre ellos. Y nos ayuda a descubrir que somos una gran conciencia experimentándose desde diferentes puntos de vista. Esta es la educación que hace que el hombre y la humanidad se conviertan en Uno. Es la ciencia que descubre la No-dualidad.


lunes, 19 de junio de 2017

¿Qúe es la felicidad?

Le pregunté a un dinosaurio qué era la felicidad. Me contestó: "Convertirse en ave y aprender a volar". El viejo reptil me sugirió que la felicidad es un estado de conciencia adquirido. Más espiritual y menos material. Más celestial y menos terrenal. Mucho más evolucionado. Un estado de conciencia que se alcanza aprendiendo de las experiencias que vivimos. Y de los cambios físicos que sufrimos. Me aseguró que la mayoría de nosotros necesitamos experimentar muchas vidas para adquirir los aprendizajes que necesitamos para encontrarnos con la felicidad. No es fácil para un dinosaurio ser feliz. La transformación es lenta y dolorosa. Pero se aprende acercándose al cielo...

Le pregunté a una oruga qué era la felicidad. Me contestó: "Convertirse en mariposa y surfear el viento". Me sonrió irónicamente señalando que había que despojarse del cuerpo y hacerse más liviano. Me recomendó el desapego. Desprenderse de nuestros vínculos con lo material y conectarse con el aire. No es fácil para una oruga aprender a volar, me confesó. Hay que reinventarse. Y tener fe. Mucha fe...

Le pregunté a un manzano qué era la felicidad. Me contestó: "Convertirse en flor y esparcir semillas". El frutal esperaba la primavera con ilusión para ofrecer su bello y delicado néctar a las abejas y la belleza de sus pétalos al atardecer. Entregarse. Eso es felicidad, añadió. Trascenderse. La felicidad es amor que repartimos. Lo más difícil es tener paciencia y mantener la esperanza en el otoño.

Le pregunté a un simio qué era la felicidad. "Convertirse en humano para construir aviones y volar por los cielos", señaló. El mundo de la imaginación del humano es infinito, lleno de posibilidades. Me  gusta imaginar que nuestra mente puede liberarnos de la animalidad y acercarnos a la humanidad. La felicidad es poder imaginar. Así nos convertimos en creadores. En dioses...

Le pregunté a un niño qué era la felicidad. "Convertirse en ángel y habitar en el cielo", respondió. Me recordó que todos queremos desprendernos de las limitaciones biológicas y explorar el potencial del alma. Somos animales que queremos convertirnos en ángeles. Agregó que es cierto que perdemos los recuerdos de nuestras existencias previas, pero no es menos cierto que igual recibimos los aprendizajes heredados de nuestros antepasados. Vienen incorporados en nuestra arquitectura neuronal, en nuestra cultura, en nuestros valores familiares. Vienen como un regalo generoso del pasado. Porque todos los seres humanos estamos evolucionando hacia un estado más etéreo, más sutil, más benevolente y más hermoso. 

Le pregunté a una mujer qué era la felicidad. Y me dijo: "Ser hermosa para convertirme en la reina del Universo". Y agregó: "La felicidad es bella". No me confundí. No se refería a la belleza externa. Insinuaba que la encontramos en un nivel de conciencia donde dejamos de sufrir y nos identificamos con el Universo. Con todo el Universo. Señaló que encontramos la plenitud en aquella dimensión más profunda de nuestra conciencia donde todo se hace Uno. Ella creía que la belleza es la fuente de la felicidad y que la felicidad es la fuente de la belleza. Que son lo mismo. 

Le pregunté a un viejo qué era la felicidad. "Vivir...Vivir sin ataduras, fluyendo en el presente", aseguró. Vivir es una experiencia espiritual buscando trascender lo material. Es madurar y comprender... Algo que todos hacemos en etapas, buscando el tesoro del bienestar.  Es tomar conciencia de que podemos elegir ser felices. Porque aunque no lo sepamos, todos poseemos la capacidad de acceder voluntariamente a esa dimensión más sutil donde desaparecen los límites y somos totalmente plenos. Felicidad es estar en esa dimensión donde nos damos cuenta de que simplemente somos. Y que esa es la razón de existir. Somos. Simplemente somos. Y eso basta para ser feliz. 

Después de escucharlos a todos, me pregunté: ¿qué es la felicidad?
Y yo mismo me contesté: No lo sé... aún, pero en las palabras de estos maestros se encierra el secreto que debo descifrar. Parece que la felicidad es un enigma a punto de resolverse.

domingo, 11 de junio de 2017

Profesores auténticamente felices

Esa fuerza poderosa que genera el cambio continuo y nos impulsa a la acción, esa fuerza que llamamos vida, pretende que seamos felices, que vivamos en el bienestar. Lo único que se interpone entre nuestra realidad y nuestra felicidad son nuestras creencias. Porque todo lo que sucede está perfectamente alineado con nuestro destino. Todo, absolutamente todo, sucede por una buena razón. Es perfecto para nuestro aprendizaje.
Sin embargo si nos resistimos a los acontecimientos, sufriremos. La vida es un juego para disfrutar, no una lucha para sobrevivir. Si intentamos ser alguien distinto de quien somos; si pretendemos ocultar nuestras debilidades y mostrar tan solo nuestras virtudes, siempre tendremos que hacer un esfuerzo agotador. Sólo siendo verdaderamente auténticos, la vida se hace fácil, fluye.
Y para ser auténticos, hay que comenzar por aceptarnos tal cual somos. Esa aceptación, es el comienzo de la aceptación de cualquier otro… Ya no intentaremos cambiarnos nosotros mismos ni tampoco cambiar a nadie más. Nos respetamos y comenzamos a respetar a los demás. Aceptarnos significa valorar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra alma tal como son. Es rendirnos ante nuestra realidad y reconocer que en realidad somos perfectos.  Es dejar de resistirnos.
Vivir sin oponer resistencia hace que la vida sea más agradable y también implica vivir siguiendo los dictados del corazón. Expresando aprecio y cariño. Asombrándonos y evolucionando. Aprendiendo y madurando. Tomando conciencia de que somos vida. Somos una versión de la vida que ha decidido mirarse desde nuestro punto de vista, aceptar nuestros ancestros y nuestra historia, usar nuestro cuerpo como vehículo y nuestra mente como brújula. Somos vida experimentándose como nosotros.
Cuando aceptamos esto, recién entonces, caemos en cuenta que los demás, también son vida, expresándose desde otras perspectivas. Tan válidas como la nuestra. Somos esencialmente lo mismo. Debemos pues, aceptarlos como son. Son personas viviendo un proceso que espera hacernos felices y que lamentablemente boicoteamos cuando nos aferramos a creencias que nos hacen sufrir. Todos estamos acá, buscando la felicidad. Los que no logran ser felices, simplemente tienen creencias limitantes.  Que son falsas, por lo demás. Basta cambiarlas, para que despierten del infierno en que viven y comiencen a experimentar el bienestar natural que nos pertenece por derecho.
La primera responsabilidad de la educación, por lo tanto, debiera ser motivarnos a ser auténticos.  Únicos. Aceptarnos tal como somos y ayudarnos a moldear nuestras creencias para que no obstruyan nuestro feliz destino. Descubrir nuestros talentos, transformarlos en pasiones e inspirarnos a convertir nuestras vidas en obras de arte. Es obvio que necesitamos personalizar la educación. Como proponen los colegios Waldorf o Montessori, por ejemplo.
Una educación que aspire a tener alumnos felices, también requiere profesores satisfechos, motivados y realizados. Y por esta razón, la transformación educacional debe comenzar por los docentes. La mayoría de ellos, tiene buenas intenciones, pero se apoyan en creencias limitantes que deben ser examinadas y disueltas. Hay que ayudarlos a despertar. A aceptarse y quererse. A respetarse e identificarse con la vida. Postulo que hay que ofrecerles talleres de autoestima, de autoayuda y de autoconocimiento. Refrescarles sus miradas para que cuestionen aquellas creencias sospechosas. Ayudarlos a fluir por la vida.

En vez de gratuidad universal, yo hubiese preferido invertir esos recursos en “felicidad docente”. En lugar de destinar el 10% de los ingresos de Codelco a renovar armas, yo hubiese optado por potenciar el arsenal cognitivo de nuestra juventud. En la era del conocimiento, allí se darán las grandes batallas del siglo XXI. Nuestro país debe imponerse en la guerra de ideas. Por eso, sostengo que tener profesores auténticos y realizados, es el ingrediente más importante de la nueva educación y la inversión más rentable para la economía del país. 

domingo, 4 de junio de 2017

Somos una fuerza poderosa

Acabo de terminar un taller titulado “Desde la Ciencia a la Conciencia” conducido por Cecilia Montero. Se trató de una búsqueda íntima entre 5 personas desconocidas, que querían encontrarse consigo mismas. Fue una linda experiencia. Como habitualmente sucede, a medida que vas conociendo más a esas almas desconocidas, primero las vas aceptando, luego las comienzas a querer y finalmente terminas admirándolas.
Eso también ocurrió esta vez, porque en aquella búsqueda nos dimos cuenta de que todos vivíamos en una especie de sueño. Una ilusión. Juntos descubrimos que la realidad era tan solo una fantasía. Una narrativa escabrosa que habíamos construido para darle sentido a nuestras creencias, para justificar nuestras conductas y para alimentar a ese ambicioso charlatán, el ego.
Estábamos allí porque queríamos despertar. Recuperar nuestro libre albedrío. Todos pretendíamos evitar que nuestra voluntad fuese raptada por algún villano. Creo que todos ansiábamos ser felices y éramos suficientemente honestos como para reconocer que alguno de esos impostores, estaba tomando nuestras decisiones, incluso haciéndose pasar por nosotros. Si queríamos despertar del hipnótico trance en que vivíamos y desenmascarar a esos embusteros, tendríamos que conocer nuestra verdadera identidad.
En primer lugar, aceptamos que no éramos nuestro cuerpo y por ende, que las necesidades biológicas no debían dirigir el rumbo de nuestras vidas. Nunca se sacian. Había que satisfacerlas, qué duda cabe, pero no como fin, sino como medio para seguir viviendo. Es que a veces confundimos nuestro cuerpo con nuestra esencia, pero descubrimos que es verdad que somos más que biología.
Otras veces confundimos nuestra trayectoria con nosotros mismos. Pero tampoco somos nuestras historias, nuestras experiencias, ni nuestras actividades. Ni nuestro genero, ni nuestras responsabilidades. Ni nuestro estatus, nuestro patrimonio o nuestro poder. Esos rótulos eran apenas unos cuentos que nos contaba nuestra mente. Etiquetas que quería ponernos.
Luego, desarticulando otra confusión muy habitual, reconocimos que tampoco éramos nuestros pensamientos, nuestras creencias o nuestra imaginación. Ese es apenas un perpetuo ruido que habita en nuestra mente y que nos distrae continuamente. Es más, nuestros pensamientos no son hijos nuestros. Flotan por ahí y los sintonizamos si vibramos en su misma frecuencia. Como programas de radio que están al aire. Pero no nacen de nosotros. Y nuestra mente es como un detector de ideas. Como aquella radio que transmite en diversas frecuencias y que siempre está funcionando. Pero, ¿quién opera esa radio? Eso andábamos buscando. Y muy pronto concluimos que no somos nuestras mentes ni nuestras ideas o pensamientos.
Tal vez éramos algo incluso más profundo. Más etéreo. Algo como nuestra alma. Ese espíritu que arrienda nuestro cuerpo para existir. Parecía que estábamos cerca, pero descubrimos que tampoco se trataba de eso. Nuestras almas, en el sentido clásico, existen, puesto que es energía que se alimenta de amor pero son diferentes. Independientes una de la otra. Y eso también era una sensación de separación ilusoria. Otro espejismo.
¿Quién soy yo, entonces?, pensábamos entre todos…

Somos lo mismo. Nuestra verdadera esencia es idéntica. Por eso nos fuimos aceptando, queriendo y admirando. Nos fuimos reconociendo en otra versión humana. Allí en esas “otras” personas estábamos “nosotros” mismos. Somos la fuerza que nos anima. Esa fuerza que hace llorar a los bebés, florecer las primaveras, que hace volar a las aves, nadar a los peces, lactar a los mamíferos y cazar a los predadores. La fuerza poderosa que hace crecer a los árboles y que impulsa los vientos, agitando la superficie del océano. Somos la fuerza que mueve el cosmos. Porque el universo está preñado. Somos vida.


Somos manifestaciones de una única e infinita Conciencia. Todo lo que existe es esa gran Conciencia que vive y se experimenta desde diferentes puntos de vista. Desde el tuyo y desde el mío. Somos esa Conciencia manifestándose y cuando la reconozco en ti, te acepto, te quiero y te admiro. Percibir esa Conciencia en mi realidad es lo que me hace feliz. Me regala plenitud. Me ilumina. Ese fue nuestro gran aprendizaje. Y no solo valió la pena, sino que fue un hermoso regalo de amor que ahora quiero compartir contigo. 

A ti, que lees estas palabras, te quiero contar que están escritas sobre una hoja en blanco de puro amor. Acéptalo y disfrútalo. Te lo mereces por estar vivo.