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lunes, 17 de julio de 2017

Educar cerebros para tener un país pensante


Los extraordinarios avances y descubrimientos de las neurociencias cognitivas nos han abierto una ventana de oportunidad para transformar la educación siguiendo un camino científico, que permitiría optimizar los cerebros de nuestros jóvenes y evitar el irresponsable derroche de talentos que impera en las escuelas.

En las últimas décadas no solo hemos avanzado en comprender como funciona nuestro cerebro sino que también hemos desenmascarado algunos mitos que sostenían prácticas educacionales de cuestionable eficacia.
Tal vez la sorpresa más auspiciosa acerca de nuestro cerebro es su notable plasticidad. Allí existe un potencial insospechado para la educación del cerebro humano. Mientras exista vida, podemos reconfigurar nuestra arquitectura neuronal. Siempre se puede aprender una nueva habilidad, independiente de la edad que tengamos. 
Nunca es tarde para aprender.
La producción de nuevas neuronas es un proceso que continúa durante la mayor parte de nuestras vidas. Y la capacidad de procesar información tiene directa relación con la densidad neuronal y la cantidad de interconexiones. Mientras estemos vivos, nuestro cerebro se adapta al trabajo que le encomendamos. 
Nunca se termina de aprender.
Si queremos aprovechar nuestro cerebro, debemos incentivarlo a trabajar duro y fortalecer las conexiones neuronales. Ejercitarlo continuamente y progresivamente. La escuela debe ser un gimnasio cerebral con muchos aparatos. Y los profesores deben ser entrenadores exigentes. El ambiente escolar debe estar enriquecido con múltiples estímulos y diversidad de interacciones. 
Siempre podemos aprender más.
Nuestro cerebro cambia permanentemente, adaptándose a las condiciones en que se desarrolla. Nadie está condenado por haber vivido situaciones difíciles, porque si las condiciones cambian, el cerebro también lo hace. Si bien es cierto que la desnutrición, la contaminación y el aislamiento social son detrimentales, no son condenas perpetuas. El cerebro puede revertir las adaptaciones adversas ante nuevas situaciones. El cerebro es resiliente. Se rehabilita. 
Siempre hay esperanzas. 
El cerebro opera mejor cuando interactúa con otros cerebros. Como una orquesta. Es un organismo social y empático. Aprende observando y comprendiendo a los demás. Se estimula con la presencia de otros cerebros a su alrededor. Y piensa mejor colectivamente. Por eso, la relación con otras personas, más maduras y sabias que nosotros, mejora nuestra capacidad de resolver problemas.
La inteligencia es contagiosa.
Las huellas de nuestra evolución como especie y de nuestra historia personal están escritas en nuestra arquitectura neuronal. Somos criaturas prematuras y necesitamos el cuidado de nuestros mayores para sobrevivir. La educación debe ayudarnos a sobrevivir, a relacionarnos con nuestros semejantes y adaptarnos al medio ambiente natural y cultural en que vivimos. Con confianza, podremos pensar mejor y desarrollar nuestros talentos. 
La educación es un proceso evolutivo. 
Pero la sorpresa mayor que hemos encontrado al estudiar nuestro cerebro, es reconocer que no somos seres racionales, sino emocionales. Nuestras decisiones se toman casi instantáneamente, antes de que razonemos e influídas fundamentalmente por nuestras emociones y sentimientos. Solo después de actuar, nuestra razón justifica nuestra decisión y conducta. Somos seres que tomamos decisiones emocionales. 
Debemos educar a nuestras emociones.
El peor pecado del profesor es desconocer cómo se desarrolla el cerebro de un niño. Un pecado que se origina en las facultades de educación que no incorporan las neurociencias cognitiva en la formación inicial docente. Porque lo que un profesor hace es conectar neuronas. Mientras más conexiones logre, mejor profesor es.
Debemos educar cerebros.
Ahora, si el cerebro es plástico y la educación lo moldea, la educación no debe ser rígida sino flexible. Debe adaptarse a niños cada vez más inteligentes, más sociales, mas interconectados y más informados. Si el cerebro es un órgano que se modifica a si mismo, la educación debe hacer lo propio. Dejar de uniformar conductas para dedicarse a desarrollar talentos. 
La educación debe formar cerebros diversificados. 

Por todo esto y mucho más, la tarea más relevante de la educación debiera ser curar, cuidar, entrenar, conectar y estimular los cerebros de nuestros jóvenes. Solo así, nuestro país tendrá el potencial de capital humano que se merece. 





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